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jueves, 28 de mayo de 2009

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1. Rio largo
2. Musica picotea
3. Ácido tumulto interno
4. Alma
5. Baño público
6. Desierto
7. No vida
8. Ojos de silencio
9. Mirada
10. Soledad que se despierta


Un ácido tumulto interno lo condujo entre vómitos, calles y recuerdos. No podía escapar de la mirada silenciosa de su conciencia con tantos muros chocando con sus rodillas, muslos o brazos; no podía escapar de esa mirada con tanta culpa golpeando su cabeza, boca y corazón.
La música. ¡Maldita música sin vida!
Las desérticas calles resaltaron el brillo de una gran avenida; pocos autos la atravesaban a esa hora, como suele pasar en los barrios tranquilos. Un semáforo atrajo su atención durante varios minutos. Las luces. ¡Fantásticas luces!
Siguió caminando, arrastrando sus rodillas, sus muslos y brazos sangrantes. Intentó alejar esa música, la estridente, jalándose los pocos pelos que le quedaban cerca de las orejas. Pero la música; sí, la estridente, ya había picoteado su cabeza, atravesado los pocos pelos que le quedaban y calado en sus recuerdos.
Un poco de su conciencia social afloró e impidió que sus necesidades fisiológicas deterioren más la ciudad mientras caminaba en busca de algún mundo. Entró a un baño, a uno público. Trató, con todas las fuerzas que le quedaban, que su mirada vacía no se pierda en algún punto o en alguien que busque acabar su noche con un puré de pupilas cansadas. Sin embargo, sus ojos se posaron en una hermosa mujer llena de sangre y restos dignos de una noche desenfrenada y, obviamente, triste. La música volvió hasta ensordecer el abrupto paisaje y los vómitos decoraron, una vez más, a sus heridas y a la mujer.
Sin las fantásticas luces los golpes ya no eran producidos por muros, sino por manos, pies y gritos que se llevaron consigo a la mujer, a la hermosa mujer llena de vómito y sangre, a la mujer que dejó ir su alegría con los límites de una noche.
No podía distraerse más, pues tenía un solo objetivo: dejar ir la culpa, toda la maldita culpa, la música, los recuerdos, los golpes, la sangre y el corazón. Tenía que abandonarlos en un rio largo de mierda y soledad que tuviera pedazos de alma como tronquitos intentando flotar y vivir; debía postergar este ahogo, convertir la mierda en oxigeno. Los golpes aparecieron de nuevo, iluminados por el sol de la mañana, cansados por el tiempo, hartos de la música, de las luces, obnubilados por la belleza de la mujer, la pureza de las pupilas y la soledad de las calles. Felizmente, nada malo puede suceder, nada puede entorpecer el curso del rio, nada puede hundir el alma en forma de tronquitos, nada importa cuando se trata de un nuevo día y 5 policías, abrumados por la resaca, cubren tu cuerpo con el periódico del día.