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jueves, 1 de abril de 2010

No puedo terminar

Despertar. El ruido del despertador me asusta, por eso siempre mi reloj biológico impide que me sorprenda y acabo con mis sueños. Es increíble que yo decida hacerlo y, en realidad, lo haga.

Luego, bajo a la cocina por unas galletas, subo y vuelvo a la cama para seguir mirando el techo como ahora. Qué curioso, no está tan mal. Mirar el techo mientras espero el primer día de clases de la última mitad de mi secundaria, el primer día de la vida compleja con tanta química y geopolítica. ¡Ah! No puedo olvidarlo. Desde hoy, solo tengo que contar dos bimestres hasta que el pequeño niño que crece dentro de mí me dé a cambio de mi caliente y cómodo, además de hospitalario, vientre unas merecidas vacaciones.

¡Qué increíble! Pensar en vacaciones el primer día de clases de tercero de secundaria parece ser de lo más alentador. El sarcasmo me atrasa. Debo pararme, bañarme, ponerme ropa que camufle mi pequeña panza y luego esperar que Diego, el vecino, salga de su casa para ir con sus papás al colegio.

Es invierno y todo se ve gris, además de poco feliz. ¡Uy! ¡rima! Debería dejar el colegio y dedicarme al arte, a la poesía. Me despertaría todos los días a cuidar al pequeño ser que mi cuerpo dejará en el mundo y luego mientras juega en el jardín de la casa...supongo que de mis papás...podría escribir unos cuantos versos que la gente compraría en baratas ediciones expuestas en Wong y Metro al lado de la explosiva combinación de caramelos masticables de menta y Coca Cola. Puede que funcione. Debería comer muchos de esos caramelos y tomar mucho de esa Coca Cola para no tener que esperar 9 meses y el pequeño ser tendría una experiencia alucinante mientras es expulsado velozmente de mí y luego cae cual acróbata en una piscina temperada.

Diego está abriendo la puerta del garage: es hora de irme. Cogeré antes una gran chompa marrón, la chalina celeste y me pondré un gorrito, el verde. Prefiero que parezca que tengo frio y no que somos dos personas aquí. Bueno, Diego espera.

Diego tiene 17 años y está en tercero de secundaria. No vale la pena decirlo, pero repitió kinder porque tuvo ataques de ausencia causados por las convulsiones post obsesión Mario Bross.

Tiene el pelo lindo. Con las ondas necesarias para tener vida sin ser víctima de la humedad. Vive con sus papás y Bruno, el perro que dejó su hermano al irse a vivir con su nueva esposa.

Los papás de Diego son bastante comprensivos, pero por causas generacionales prefieren dedicarle la vida entera al "funcionamiento" de su, realmente, aburrido y caótico matrimonio. La mamá de Diego no trabaja; según ella, sí lo hace. En su casa, lavando ropa, cocinando, cumpliendo pedidos, mirando la vida real desde la ventana del jardín, pero trabaja. No puedo culparla, es un trabajo complicado el de las casas, pero supongo que nunca tan absorvente como para no tener contacto con el mundo real. Su papá tiene hábitos bastante extraños como el de sentarse a leer debajo de los arboles en las tardes de otoño. No lo entiendo, siempre parece ser que cada una de las hojas que caen acabase con toda su concentración, pero me quedo tranquila con la felicidad que irradia con cada movvimiento de sus manos entre las hojas.

Por otro lado, el papá de Diego lee el periódico en las mañanas en su jardín mientras Bruno lo mira.

A veces, cuando voy a la casa de Diego, su papá está sentado entre el televisor y la radio leyendo más y más libros. Supongo que algo tendrá que ver con su trabajo. La verdad es que cuando le he preguntado en qué lugar trabaja y si leer tiene algo que ver con su trabajo solo me contesta que cuando sea necesario trabajar escribirá un libro. Creo que mi libro de poemas se vería bien al lado de las historias del papá de Diego en los estantes de Wong.